hasta que te quedaste sin aliento. Una vuelta tras otra yo te canté a conveniencia las letras de alguna salsa y vos te reiste. Cualquiera habría creido que se te quitaron las ganas de arrancarme la cabeza. Mientras un cigarro te ayudaba a recuperar fuerzas, yo dejé que otras caderas me marcaran los pasos. Esta noche el roncito oscuro y la fauna de otras mesas fue analgésico suficiente para calmarte la furia. A veces no sé si creerte que has depuesto la guerra y te miro de costado tratando de adivinar si tenés los ojos color paz o color estrategia.
domingo, 4 de febrero de 2007
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