pidió la muchacha de sonrisa dulce sentada del otro lado de la mesa. Pero el gesto facial posiblemente fue solo un reflejo muscular, porque hasta ahí llegaron los pocos gramos de dulzura que traía consigo. Cruzó los brazos como quien avisa que aunque sigan saliéndole palabras de la boca, el diálogo se acabó ahí. Para colmo de males ninguna de las otras comprendimos esta evidente señal e insistimos en llover sobre mojado unos 40 minutos más, en monólogos intercalados sobre todas las posibilidades y alternativas que podrían quizás-tal vez-por favor hacerla reconsiderar su decisión. Se asentó un oscuro silencio, cuando por fin comprendimos que la sangre en sus ojos no encontraría paz hasta que pudiera descargar su ira sobre otras que no éramos quienes compartíamos mesa esta noche. Efectivamente, la venganza no acepta sustitutas.
martes, 13 de febrero de 2007
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