Ayer por fin nos sentamos Coco y yo a tomarnos la cerveza que hemos postergado por tantas semanas. Coco como de costumbre estaba llena de historias teñidas de auto-censura que poco a poco me fue poniendo sobre la mesa para que yo se las blanqueara y pudiera sacarlas a pasear a la luz pública. No deja de enternecerme ver a este mujerón tan nerviosa y self-conscious pensando que yo voy a pensar quien sabe cuantas barbaridades sobre su political incorrectness. A medio camino se ríe, se relaja y se acuerda que está en territorio amigo y que puede guardar la sombrilla porque aquí no le va a llover.
Inevitablemente y como quien no quiere la cosa me pregunta por esa amiga común que tanta falta le hace pero cuyo nombre se niega a pronunciar en voz alta. Ay Coco, cómo te duele! ¿Por qué será que a veces nos obligamos a hacer cosas sin querer? (cantaría la Torroja...) A la mesa sigue llegando más cerveza y mientras hablamos de una amiga tuya la que camina con cuidado soy yo, no vaya a ser que se me note más interés del debido, luego de que he jurado lo poco que la pienso y lo rápido que se me ha olvidado que existe.
Conforme avanza la noche comienzan las confesiones de ambos lados de la mesa: sí, de vez en cuando salgo con él, pero sobre todo es por los amigos comunes; sí, ya sé que estoy jugando con fuego, pero también es culpa de ella. Y así, nos dedicamos a darnos excusas mutuas para justificar, a veces la falta de voluntad, a veces la re-incidencia intencional.
Cocó me regala bienes preciados y en extinción: ligereza y levedad. Es tanta la gente que se/me toma tan en serio que la verdad no sé cómo he hecho para sobrevivir el último año sin Cocó.
Inevitablemente y como quien no quiere la cosa me pregunta por esa amiga común que tanta falta le hace pero cuyo nombre se niega a pronunciar en voz alta. Ay Coco, cómo te duele! ¿Por qué será que a veces nos obligamos a hacer cosas sin querer? (cantaría la Torroja...) A la mesa sigue llegando más cerveza y mientras hablamos de una amiga tuya la que camina con cuidado soy yo, no vaya a ser que se me note más interés del debido, luego de que he jurado lo poco que la pienso y lo rápido que se me ha olvidado que existe.
Conforme avanza la noche comienzan las confesiones de ambos lados de la mesa: sí, de vez en cuando salgo con él, pero sobre todo es por los amigos comunes; sí, ya sé que estoy jugando con fuego, pero también es culpa de ella. Y así, nos dedicamos a darnos excusas mutuas para justificar, a veces la falta de voluntad, a veces la re-incidencia intencional.
Cocó me regala bienes preciados y en extinción: ligereza y levedad. Es tanta la gente que se/me toma tan en serio que la verdad no sé cómo he hecho para sobrevivir el último año sin Cocó.
1 comentarios:
La única Cocó que conozco hacía unos maravillosos diseños... Pero en todo caso, sea cual sea el personaje, creo que lo mejor es no dejarse llevar por las habladurías y seguir mirando de frente. Como has hecho hasta el momento.
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