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viernes, 9 de febrero de 2007

Coco

Ayer por fin nos sentamos Coco y yo a tomarnos la cerveza que hemos postergado por tantas semanas. Coco como de costumbre estaba llena de historias teñidas de auto-censura que poco a poco me fue poniendo sobre la mesa para que yo se las blanqueara y pudiera sacarlas a pasear a la luz pública. No deja de enternecerme ver a este mujerón tan nerviosa y self-conscious pensando que yo voy a pensar quien sabe cuantas barbaridades sobre su political incorrectness. A medio camino se ríe, se relaja y se acuerda que está en territorio amigo y que puede guardar la sombrilla porque aquí no le va a llover.

Inevitablemente y como quien no quiere la cosa me pregunta por esa amiga común que tanta falta le hace pero cuyo nombre se niega a pronunciar en voz alta. Ay Coco, cómo te duele! ¿Por qué será que a veces nos obligamos a hacer cosas sin querer? (cantaría la Torroja...) A la mesa sigue llegando más cerveza y mientras hablamos de una amiga tuya la que camina con cuidado soy yo, no vaya a ser que se me note más interés del debido, luego de que he jurado lo poco que la pienso y lo rápido que se me ha olvidado que existe.

Conforme avanza la noche comienzan las confesiones de ambos lados de la mesa: sí, de vez en cuando salgo con él, pero sobre todo es por los amigos comunes; sí, ya sé que estoy jugando con fuego, pero también es culpa de ella. Y así, nos dedicamos a darnos excusas mutuas para justificar, a veces la falta de voluntad, a veces la re-incidencia intencional.

Cocó me regala bienes preciados y en extinción: ligereza y levedad. Es tanta la gente que se/me toma tan en serio que la verdad no sé cómo he hecho para sobrevivir el último año sin Cocó.


1 comentarios:

Lau Fu dijo...

La única Cocó que conozco hacía unos maravillosos diseños... Pero en todo caso, sea cual sea el personaje, creo que lo mejor es no dejarse llevar por las habladurías y seguir mirando de frente. Como has hecho hasta el momento.