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viernes, 6 de abril de 2007

verde, que te quiero verde

Cuenta la leyenda que en las montañas del vecino país Cartago está el árbol de los mil años. Si a una le puede más la curiosidad que el frío de las 7 de la madrugada, puede llegar caminando en medio de la niebla hasta donde se encuentra y entre vuelos de quetzales mirar embobada raíces que son más profundas que la amnesia histórica de nuestros gobernantes. El árbol de los mil años tiene una cuevita, donde una cabe de pie si no es muy alta, también puede sentarse y si escucha con cuidado oye a las hadas entre las sombras de los rincones. Luego, una se sube al balconcito y se abraza a ese olor a fresco y respira hondo para que le llegue buen aire a sus pulmones tabaqueros. Si está pegando fuerte el viento también se oye cantar el tronco, con ese crujido añejo que tienen los barcos fantasma de García Márquez.

Cuando una regresa a la tierra, se acuerda con nostalgia que una vez su país también fue verde, todo verde, pero como a mucha gente el único verde que le gusta es el de los billetes, el verde musgo, el verde hojita y el verde quetzal les sale sobrando.

Luego me senté a tomarme una aguadulce bien caliente y mientras intentaba no quemarme la boca se me acercó un colibrí que entre nerviosos aleteos me recomendó visitar el otro lado del mundo: la Limona. Había pronóstico de temporales y como a mi la piel siempre me pide lluvia brinqué al volante del primer carro que conseguí para pasar el Braulio. Aunque no llegara a ninguna parte, valdría la pena ese camino, solo por manejar en medio de ese tunel de líquenes, de esos árboles que se doblan cargaditos de hojas, como si quisieran tragarse la carretera.



Por fin, el agua. Sentada en una lancha apenas una cuarta sobre el nivel del mar se bambolea perezoso y contento mi corazón de zacate. No llevo capa, solo una sonrisota insistente me cubre de la lluvia. Me siento en medio de una ópera mojada, con intermedios de sol que preparan la piel para que vuelva a sentir las gotas agudas de la segunda parte. El remo es como un tambor, que corta los canales con su staccato.


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