Anoche me sumieron en trance las bellas tel tambor. La percusión siempre me ha llamado, cada golpe me genera ecos bajo la piel y conforme avanza la canción se asoma detrás de mis pupilas el inconciente colectivo tribal. El viento meciendo los árboles de la Sabana, yo con la sonrisota pintada en la boca y vos con esa cara de tarro que decidí ignorar el resto de la noche. Porque por más que lo intentaste lo lamento, no tuviste suficiente mala vibra para contrarestar a las diosas caribeñas. Así que me fui a bailar con el resto de la tribu urbana que se apelotó frente a la tarima para escuchar más de cerca las indicaciones que aunque no comprendíamos estábamos dispuestos a seguir.
Y el airecillo nocturno me olió a Buenos Aires, a una murga uruguaya tocando en la costanera sur, apenas escapándose de los puestos de bondiola y choripan. Anoche en medio del zacate sentí que la fuerza de la tierra me subía por las venas y se me hacía savia la sangre. Cerré los ojos, dejé que la música jugara con mi cuerpo y me tiré a la hoguera del candombe.
Y el airecillo nocturno me olió a Buenos Aires, a una murga uruguaya tocando en la costanera sur, apenas escapándose de los puestos de bondiola y choripan. Anoche en medio del zacate sentí que la fuerza de la tierra me subía por las venas y se me hacía savia la sangre. Cerré los ojos, dejé que la música jugara con mi cuerpo y me tiré a la hoguera del candombe.